Autor | Jaime Ramos
¿Puede una máquina pensar? Este interrogante tan sencillo de formular esconde tras de sí un recorrido científico, histórico y filosófico mayúsculo. Responderlo con precisión no está desprovisto de una ambición utópica definitoria y transformadora del paso del ser humano por el Universo.
¿Qué es la inteligencia artificial (IA)?
La inteligencia artificial se define por su finalidad, que consiste en cómo las máquinas pueden llegar a contener una inteligencia propia. El Consejo de la Unión Europea arroja una definición certera.
La institución europea cuenta que es una joven disciplina de 60 años, que “aglutina a diferentes especialidades científicas, teóricas y técnicas (entre las que se incluye la lógica matemática, estadística, probabilidad, neurobiología computacional, ciencias de la información) con el objetivo de imitar las habilidades cognitivas del ser humano.”
Sus desarrollos están íntimamente relacionados con la computación y han llevado a los ordenadores a desempeñar tareas cada vez más complejas. Ahora bien, el propio Consejo Europeo se hace eco de que existen voces discordantes con respecto al concepto en sí: sobre el éxito actual para responder afirmativamente a nuestro interrogante de partida (¿Puede una máquina pensar?); e, incluso, sobre cómo se debería formular la pregunta.
¿Puede una máquina pensar como el ser humano? O, por el contrario, ¿existe una inteligencia artificial con identidad propia? (algo así como el acertado título¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?)
Esto último invita a recordar las diferencias entre inteligencia artificial y los límites del aprendizaje automatizado.
¿Cuándo y quién inventó la inteligencia artificial?
Concentrar los grandes descubrimientos en el esfuerzo de una única persona conlleva cierta complacencia y comodidad para aprender y, al paso, disfrutar de la gesta. El caso de la inteligencia artificial se aleja mucho de este esquema. Es casi parte de la herencia del conocimiento humano
Así lo demuestra el hecho de que haya que remontarse hasta el siglo IV a. C., a la lógica aristotélica, para tener constancia del primer modelo de representación exhaustivo y capaz de emular las respuestas racionales de la mente humana. Aun en nuestros días supone un precedente muy válido para el devenir de la inteligencia artificial a la hora de buscar ciertas dosis de humanización en las máquinas.
Desde esa fecha, se repitieron en el tiempo concepciones primigenias sobre la inteligencia artificial y cómo hacerla posible, que se aderezaron con logros como el de George Boole, quien sentó las bases de la aritmética computacional en 1854. Sin embargo, hubo que esperar hasta la década de los años treinta del siglo XX para encontrar la materialización moderna de la cuestión “¿Puede una máquina pensar?”.
Alan Turing: la máquina definitiva
Fue Alan Turing quien, en 1936, presentó al mundo su máquina automática. Más que ser considerado como uno de los primeros ordenadores, su importancia reside en que determinó el modelo matemático de computación que guía la lógica de cualquier algoritmo. Terminó integrándose en lo que se conoce como tesis de Church-Turing e impulsando las ciencias de la computación a un nuevo nivel.
Años más tarde, en 1950, Turing evolucionó la cuestión de probar la existencia o no de inteligencia en una máquina con la formulación de su polémica prueba. El test de Turing trata de detectar hasta qué punto una máquina puede emular la inteligencia de un ser humano, de modo que se pueda o no distinguir el factor artificial y comprobar que nuestro interlocutor es una máquina.
La Conferencia de Dartmouth: los padres de la IA
El término inteligencia artificial fue acuñado en 1956, por John McCarthy, tras la Conferencia de Dartmouth. Este encuentro científico sirvió para sembrar la semilla de lo que vendría décadas después. Al mismo tiempo, Allen Newell, Cliff Shaw y Herbert Simon presentaron allí su Logic Theorist, uno de los primeros programas en mostrar un comportamiento humano en la resolución de problemas matemáticos.
Solo un año después, Frank Rosenblatt daba a conocer su perceptrón como una red neuronal artificial. Marvin Minsky, también impulsor de la famosa conferencia, consolidaría en 1969 este modelo.
¿Cuál es el objetivo de la IA?
Si el objetivo primero de la Inteligencia Artificial era conseguir una máquina pensante, en la actualidad el hito se ha perfeccionado hacia la mejora de la inteligencia. Para ello, los siete pilares básicos de la IA expuestos en Dartmouth siguen muy vigentes:
- Computadoras automatizadas.
- Cómo un ordenador puede programarse para usar un lenguaje.
- Desarrollo de redes neuronales.
- Teoría del cálculo del tamaño de la muestra.
- Autoaprendizaje.
- Abstracciones en AI.
- Aleatoriedad y Creatividad.Para la consecución de metas, El MIT jugó (y juega) un papel fundamental. Allí, McCarthy y Minsky crearon el primer proyecto sobre IA, que tantos frutos originaría en décadas posteriores.
Ejemplos actuales de inteligencia artificial
Ese germen alimentado durante el ecuador del siglo pasado ha precipitado su crecimiento en la última década. El trabajo actual con la inteligencia artificial es tal que hasta existe una preocupación creciente sobre los recursos que consume.
La proliferación de los avances, y la velocidad con la que eclosionan, hace que se considere como la cuarta revolución industrial.
Podemos encontrar decenas de ejemplos en las principales ciudades del planeta: desde algoritmos que mejoran la habitabilidad, modelos para erradicar atascos hasta robots que asumen funciones humanas y la llegada del coche autónomo.
¿Por qué se creó la inteligencia artificial?
El motivo más profundo del desarrollo de la IA se fundamenta más allá de cómo las máquinas nos hacen la vida más sencilla. Es obligatorio remontar siglos en el ámbito de la filosofía y el conocimiento humano, en el que el concepto primitivo de una inteligencia fuera de lo humano acarició mito, religión y metafísica. Así lo muestran, por ejemplo, las figuras del demiurgo platónico, la Galatea de Pigmalión o el gólem en la tradición hebrea.
A lo largo de la historia del arte y la literatura encontramos otros ejemplos paradigmáticos del sueño del ser humano por convertirse en creador y replicar, no solo su mente, sino también su corazón, en palabras del hombre de hojalata de Baum. En el siglo XX, el género de la ciencia ficción se ha encargado de rescatar hasta la saciedad el interrogante y el dilema ético sobre si una máquina puede pensar, de qué modo y por qué.
De entre las toneladas de ficciones que existen con temática coincidente, muchos encuentran una respuesta universal en el minúsculo relato de Fredric Brown, titulado paradójicamente La respuesta, a la que Isaac Asimov homenajeó con más extensión en su obra La última pregunta.
Ambos autores relacionan de forma drástica el sentido de la IA a la necesidad (o no) de dirigirla a través de una ética humana. Por supuesto, el dilema tiene una perspectiva técnica muy en boga. Stuart Russell y Peter Norvig, autores de Inteligencia Artificial: Un Enfoque Moderno la afrontan al diferenciar entre inteligencias así:
• Sistemas que piensan como humanos.• Sistemas que actúan como humanos.• Sistemas que piensan racionalmente.• Sistemas que actúan racionalmente.
En el siglo en el que sabemos que sí, que una máquina puede pensar, no se ha de infravalorar esta pregunta: ¿por qué han de pensar las máquinas? Su controvertida respuesta va unida al recelo humano por reclamar o rechazar solo para sí la titularidad del pensamiento.
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