Autor | Tania Alonso La crisis provocada por la COVID-19 ha vuelto a poner de manifiesto la desigualdad educativa a la que se enfrentan estudiantes de todas las regiones del mundo. Algunas son evidentes, como las relativas al acceso a material didáctico, tecnología o internet. Otras pasan más desapercibidas, pero acarrean graves consecuencias. Son por ejemplo el acceso a una alimentación regular o a un entorno seguro.Según el Programa las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUS), la pandemia podría hacer retroceder el desarrollo humano a nivel global (calculado a partir de factores educativos, sanitarios y de condiciones de vida) por primera vez desde 1990. Numerosos países, tanto ricos como en vías de desarrollo, ya están registrando retrocesos en aspectos tan fundamentales como la educación.
El impacto de la COVID-19 en los escolares
De un día para otro, escuelas y centros educativos de todo el mundo se vieron obligados a cerrar sus puertas. Según la PNUS, esto ha provocado que el 60% de los menores no reciba ningún tipo de educación, un dato que sitúa la desescolarización global a niveles de la década de 1980.En estos casos, la educación de niños y jóvenes pasa a depender casi en su totalidad de sus familias, que en muchos casos no tienen la disponibilidad o la capacidad necesarias para apoyarles. Además, los niños se ven limitados en la adquisición de competencias transversales que también se adquieren en las aulas, como la sociabilidad o la capacidad de comunicación.El cierre de las escuelas puede implicar otros problemas que van allá de los educativos y que afectan a estudiantes de países desarrollados y en vías de desarrollo. “La asombrosa cifra de 310 millones de escolares, casi la mitad del total mundial, depende de la escuela para acceder a una fuente de nutrición diaria”, señaló el secretario general de la ONU, Antonio Guterres. Quien recuerda, también, que al quedarse en casa los niños son más vulnerables a problemas como la violencia doméstica.
Otra brecha: la tecnológica
La solución adoptada por muchos estados para hacer frente a los retos educativos fue apostar por la docencia online. Sin embargo, las herramientas y los medios necesarios no están al alcance de todos.
Diferencias en la misma escuela
El acceso a internet y a dispositivos electrónicos como ordenadores, tabletas o teléfonos móviles ha sido el primer obstáculo para que millones de estudiantes pudiesen seguir la docencia online. El simple hecho de vivir en zonas rurales, sin acceso a internet, o de tener que compartir un mismo dispositivo con otros miembros de la familia dificulta o llega incluso a impedir el seguimiento de las clases.A esta limitación se suman las dificultades para entender y utilizar las herramientas, comunicarse con los profesores o resolver dudas.
La desigualdad educativa entre países
Las previsiones de la ONU apuntan a que las consecuencias de la pandemia serán mucho mayores en los países en desarrollo que en los más ricos. Además, existe el riesgo de que aumenten la brecha ya existente entre estados.En numerosas regiones del mundo, la docencia online ni siquiera es una opción. En otras, conexiones lentas o demasiado costosas ponen a los niños en clara desventaja y aumentan la desigualdad educativa."Esta crisis muestra que, si no somos capaces de integrar la equidad en nuestras políticas, muchas personas quedarán atrás. Esto cobra especial relevancia en el caso de las nuevas necesidades del siglo XXI, como el acceso a internet, que nos permite aprovechar los beneficios de la teleeducación, la telemedicina y el trabajo desde casa", señala Pedro Conceição, director de la Oficina del Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD.Intentar reducir esta desigualdad no es tan difícil como podría parecer: la ONU calcula que acabar con la brecha digital en los países de renta media y baja solo costaría un 1% de los paquetes de estímulo fiscal aprobados hasta el momento en respuesta a la COVID-19. Imágenes | Julia M Cameron, Namu Keeling